Las cascadas son más conocidas por su ruidosa locura, que dispara chorros de espuma hacia el cielo sin complejos ni mesura. Sin embargo, también las hay más discretas y modestas. La cascada de Arcouzan, que desemboca en los arroyos de Artigues y Estours, es una de ellas, recta y educada, muy lejos de sus primos salvajes.
Lo único es que se la oye gritar a gran distancia porque su caída es mordaz e irrevocable. El día que subí allí por primera vez, bebí su agua cristalina con sabor a avellana de un pequeño embalse natural que hay a sus pies. Fue una
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Las cascadas son más conocidas por su ruidosa locura, que dispara chorros de espuma hacia el cielo sin complejos ni mesura. Sin embargo, también las hay más discretas y modestas. La cascada de Arcouzan, que desemboca en los arroyos de Artigues y Estours, es una de ellas, recta y educada, muy lejos de sus primos salvajes.
Lo único es que se la oye gritar a gran distancia porque su caída es mordaz e irrevocable. El día que subí allí por primera vez, bebí su agua cristalina con sabor a avellana de un pequeño embalse natural que hay a sus pies. Fue una delicia refrescarse frente a un circo con los colores pálidos de principios de verano, y un cielo azul por si fuera poco...