En el siglo XVI, Pamplona contaba con defensas anticuadas. Tenía el viejo castillo medieval, modernizado en época de Fernando el Católico, la muralla, dividida en los diferentes burgos e incluso varias iglesias fortificadas. Todo era de poca utilidad en el siglo XVI, por lo que el rey Felipe II encargó diseñar la defensa de la plaza en 1571 al ingeniero italiano Giacomo Palearo “el Fratín”.

Su idea fue construir una fortificación exenta, con planta de pentágono inscrito en una estrella de cinco puntas, según el modelo construido en Amberes. Las obras duraron casi un siglo, pudiendo darse por acabada en 1645. Posteriormente aún se realizaron mejoras, como el polvorín, obra de Torelli en 1685. En 1726 el ingeniero Verboom realizó un proyecto general de reforma de la ciudadela y las murallas de Pamplona.

La ciudadela tuvo varios asedios y hechos de armas, siendo el más pintoresco su ocupación por tropas francesas el 16 de febrero de 1808 por medio de un engaño. Se aproximaron a los muros jugando a tirarse bolas de nieve hasta acercarse o suficiente para abalanzarse sobre los defensores.

A finales del siglo XIX esta fortaleza fue objeto de las corrientes propias de la época, partidarias de la demolición de castillos y murallas. La lucha entre el Ayuntamiento y el Ejército se saldó con la demolición de los baluartes de San Antón y la Victoria, los más próximos a la ciudad en 1888. Entre 1915 y 1921 se derribó todo el frente sur.

En 1964 el Ejército cedió la ciudadela al Ayuntamiento, que la convirtió en parque urbano. Actualmente en su interior acoge diversos edificios rehabilitados para usos culturales y sociales. De esta forma Pamplona se ha reconciliado con su ciudadela, reconociéndola como parte de su patrimonio cultural.

Texto y fotos, Pablo Schnell