En las sociedades tradicionales pirenaicas como la andorrana, la casa era el elemento principal, ya que el patrimonio y la familia prevalecían sobre la persona. Cada individuo se debía a la casa y tenía que asegurarse de que el patrimonio no se disgregara y pasara así de generación en generación. Los matrimonios se pactaban entre las familias, pensando en alianzas beneficiosas. El amor, si lo había, quedaba en un plano secundario.
En las casas del Pirineo podían convivir hasta tres generaciones, además de trabajadores a sueldo como mozos, jornaleros, cria
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En las sociedades tradicionales pirenaicas como la andorrana, la casa era el elemento principal, ya que el patrimonio y la familia prevalecían sobre la persona. Cada individuo se debía a la casa y tenía que asegurarse de que el patrimonio no se disgregara y pasara así de generación en generación. Los matrimonios se pactaban entre las familias, pensando en alianzas beneficiosas. El amor, si lo había, quedaba en un plano secundario.
En las casas del Pirineo podían convivir hasta tres generaciones, además de trabajadores a sueldo como mozos, jornaleros, criadas… en el caso de las familias fuertes. En la casa no sólo se vivía, sino que, sobre todo, se llevaban a cabo tareas relacionadas con la agricultura y la ganadería, como se puede comprobar a través del mobiliario y de las herramientas de las distintas estancias, y el edificio se adaptaba a las necesidades de cada familia y al tipo de producto al que se dedicaba. A pesar de la riqueza de la casa Rull, no esperéis hallar en ella grandes lujos, al menos como los entendemos hoy en día.
Para recordar a la Andorra del pasado y dejar un testimonio para las generaciones futuras, Josep Perich Puigcercós, el último propietario de la casa Rull, alcanzó un convenio con el Gobierno de Andorra para transformar el edificio en una casa museo, que abrió sus puertas en junio del 2000.